domingo, 20 de noviembre de 2011

Empezemos con un para siempre.

Por mis pies comenzó a pasar un espeluznante escalofrío. Todo ocurrió en una ténue noche estrellada escuchando aquella canción de los noventa junto al puerto donde solías esconderte al miedo de sus voces. Un susurro lento del frio aire de invierno me hizo buscar tu cara entre las olas qe rompían en la orilla.
Llegaban gentes de todas partes, pero no había noticias de tu paradero... La espera, cada vez más larga, me hacía perder la razón por momentos. La cordura llegó a su fin cuando te ví al otro lado del espejo, con esa delicada sonrisa y tus labios aterciopelados.
La locura se adueñó de mi vendiendo mi alma al diablo, y mi corazón al olvido. Cansada de esperar a la parte que me faltaba, un impulso de regalarte mi vida me invadió, y desde la más alta torre de la aldea me dispuse a saltar, cuando unos firmes brazos morenos me agarraron por la cintura y un leve consejo me hizo cambiar de opinión. Cuando estaba dispuesta a quedarme y pasar mi vida en aquella fría casa de la costa, ya era tarde, mi vestido se hinchaba con la brisa del anochecer, y mi cuerpo, cada vez menos pesado, caía lentamente hacia un montón de piedras apiladas tan delicadamente que el roce del helado viento las hacía temblar. Tu voz, cada vez más lejana y fría me hizo recordar el día que te fuiste. Teníamos planes de futuro juntos, pensabamos en crear una familia. -¡Casados y con dos hijos!- juramos al sonido del choque de nuestras jarras del mejor vino ya templado por el calor de la hoguera. Pero eso ahora no tenía valor.
Un grito que provenía de lo alto de la torre me hizo separarme de mis pensamientos para mirarte. Saltaste a mi lado como en un juego de rol, apareciste derepente junto a mí, con una tierna sonrisa. Buscaste mi mano entre el turbio aire, y me la agarraste con fuerza.
En el pregón del triste amanecer, cubierto por negras y amenazadoras nubes anunciaron la muerte de una jóven muchacha de la aldea. Las calles no cobijaban más que el silencio y la humedad,y la vacía plaza central aguardaba a los centenares de aves que aquella mañana no llegaban. Todo el pueblo se reunió entorno a mi. Tenía la mano cerrada con fuerza, y tú, a mi lado sonriéndome con esos ojos castaños mirando mis labios en súplica de ese último beso. Tan solo una dulce niña vestida de blanco se acercó lo suficiente. Me susurró un par de palabras, quizás en otro idioma, y se separó de mí.
Parecía como si nadie te viese, hasta que me dí cuenta de que a mi tampoco me veían, lo que miraban era el cuerpo de una chica que había caído desde la torre. Confusa me agarré con fuerza a tu cuello y de un pequeño salto me subí a tu espalda, como solíamos hacer aquel verano.
Un dulce adios se pudo leer en los labios de aquella niña albina y un saludo con su pequeñay delicada mano en forma de despedida.
Nos alejamos a la salida del sol, hacia el oeste, desconocienndo hacia dónde íbamos. Dejamos atrás aquel pequeño poblado y fuimos en busca de "nuestro sitio".
Al poco tiempo nos dimos cuenta, no lo íbamos a encontrar, todo había cambiado, ya no podríamos llorar, ni disfrutar. Nuestras vidas cambiaron PARA SIEMPRE.

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