domingo, 29 de enero de 2012

Se acabó seguir las reglas solo porque alguien dice que las hay.

Me refugié en la ironía, me escudé con lágrimas, y me escondí bajo las profundidades de los sueños, en sitios donde si quiera pudo encontrarme el subconsciente. Entonces creí todo perdido. Un vacío inmenso, prácticamente infinito, recorrió cada milésima de mi cuerpo. Intenté esquivar el desprecio aunque recordé que ninguna causa está perdida si hay un ingenuo dispuesto a luchar por ella. Yo era ese ingénuo. Lucharía por conseguir escapar de allí, por poder vivir mi vida y no la que los demás me dictasen, por ser libre.
Cada día recibíamos clases para aprender a "vivir", o así le llamaban Ellos. Eran hombres enigmáticos, enlutados, cada uno mayor que el anterior, y con un peinado que no había visto hasta que llegué al centro.
Aquella noche, no brillaban las estrellas. Cada día morían más a lo lejos de la ventana de mi celda, en un manto azul oscurecido en el cual, en las noches más frías, se tatuaban miles de nubes grisáceas. Me dió por pensar, algo que estaba totalmente prohibido, y entonces me dí cuenta. Como si de un altavoz se tratase, mis deducciones más personales salieron a la luz. En ese momento cien pisadas se escucharon, cada vez más aprisa, llegando hacia donde estaba. Estube tres días encerrada en un aula de castigo, jurando no volver a tener ideas propias.
No tenía recuerdos, pues recordar estaba igualmente prohibido, y la felicidad era el medio de pago de los más grandes señores no permitida a gente como yo.
Cada día llegaban "personas" nuevas. Creían saber más de la vida que Ellos, y por eso recibían mayor castigo del habitual.
No cenábamos más que una rodaja de melón blanquecina y unas cuantas migajas de un pan del que nadie sabía procedencia. Para beber, bastaba un vaso de cristal mucho más fuerte que las murallas de la antigua Grecia y en él unas gotas de un líquido agrio, que según sus creadores, quitaba el hambre de todo el día, por ello no comíamos nada más. Ellos decían que así trabajaríamos mejor, que no habría distracciones como antaño.
Esa noche me fui a la cama algo cansada. No dormí bien, pues tenía demasiado frío por el material del que estaba hecho el colchón: piedra. Debíamos dormir, descansar, aunque fuese imposible, pero el no pensar me ayudaba a conciliar mejor el sueño.
Vivíamos encerrados en una cárcel, sin derechos, obligados a responder ante sus órdenes pero hoy, se acabó seguir las reglas porque alguien dice que las hay...

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